lunes, 8 de agosto de 2016

Cuando la realidad te golpea en la cara.

Las semanas posteriores a la visita con la pediatra las pasé observando el comportamiento de mi hija.
La llamaba una y otra vez, al principio en un tono normal para al final acabar gritando, dando palmas y hasta golpes, pero ella nunca se giraba. Sin embargo sonaba la canción de Peppa Pig desde otra habitación y enseguida se levantaba e iba corriendo. Eso significaba que no estaba sorda, no? Simplemente que no me hacía caso...
Me sentaba a jugar con ella y en ocasiones parecía que le molestara que tocara sus cosas y que prefería jugar sola, pero al rato venía a buscarme y tiraba de mi mano para que me sentara en el suelo a jugar con ella.

Comenté lo que me estaba ocurriendo con mi hija a varias madres con las que tenía confianza, buscando no sé muy bien el que. Algunas le quitaban hierro al asunto diciendo que los pediatras siempre exageran, que si la doctora de su hija supiera que esta solo comía triturado o que no probaba el pescado, le daría un infarto; que su sobrino no habló hasta los tres años y que ahora había que pedirle que se callara, que cada niño llevaba su ritmo y que no había de que preocuparse...justo lo que yo quería oír. Pero otras veces alguna madre me decía todo lo contrario y me ponía los pies en la tierra.

El otorrino fue el primer especialista en verla. La primera consulta fue bastante rutinaria y sin nada a destacar. No parecía que mi hija tuviera ninguna malformación del aparato auditivo, ni cera ni moco que le impidiera oír de forma adecuada. Así que nos derivó al Hospital de Sant Pau para realizarle una audiometría. Debido a la corta edad de Daniela, esta prueba debía realizarse a través del juego. Nos llevaron a una sala pequeña, con un sistema de sonorización especial y la sentaron en mis rodillas. La prueba se realizó con un equipo que consistía en dos paneles con juguetes en su interior que se iluminaban a la vez que emitían  un sonido. Aquí  os dejo la imagen de dicho aparato.

Una prueba bastante estúpida, a mi modo de ver, si partimos de la base de que mi hija apenas reaccionaba a estimulos auditivos o visuales que no fuesen de su interés. Pero supuse que hasta que fuese mayor no se podría hacer nada más fiable.  El caso esque aquello no me transmitía ninguna confianza, me parecía poco científico, por así decirlo. Los resultados no reflejaban nada fuera de la normalidad y nos citaron unos meses más tarde para repetirla.
En esta ocasión cambió la modalidad del juego. Daniela debía meter unas pelotas de colores en un cubo. Yo no entendía como aquello podía demostrar si mi niña escuchaba bien o no. El caso esque allí estaba ella, sentada delante de nosotros. Nos miraba al otorrino y a mi sonriendo. Sabía  que íbamos a jugar a algo. Se le notaba tranquila, contenta y dispuesta. Entones aquel hombre le dió una pelota y le dijo que la metiera en el cubo. Ella la cogió, la miró durante varios segundos y comenzó a darle vueltas. Miraba embelesada aquella pelota, explorando su textura, examinándola detenidamente...
-Mete la pelota en el cubo Daniela. Mira, hazlo así- se la arrebaté de las manos, la metí en el cubo y le ofrecí otra pelota a ella para que hiciese lo mismo. Quería ayudarla. El especialista me dijo que no hiciera eso, que ella debía hacer lo que le decíamos, no imitarnos, y tenía razón. De todas formas ella no metió la pelota en aquel dichoso cubo. Solo nos miraba, con su carita redonda y preciosa, sonriéndonos, esperando comenzar a jugar.
Y entonces comprendí lo que estaba ocurriendo, Daniela no nos entendía. Eso es lo que pasaba, no entendía que es lo que  tenía que hacer.
Aquella revelación me atravesó la espalda cómo una corriente eléctrica. Recuerdo que me quedé rígida en la silla, me dolía el pecho y tenía tal nudo en la garganta que casi no podía respirar. La realidad me acababa de dar una bofetada.
El otorrino debió de verlo en mi cara y enseguida confirmó lo que estaba pasando por mi cabeza. Jamás podré olvidar lo que me dijo.
-No es una niña tozuda, no es que no lo haga porque no quiera, esque no nos entiende. No es un problema de oído. Creo que deberían hacerle otro tipo de pruebas a nivel neurológico, probablemente se trate de una enfermedad mental.
Y continuó hablando pero yo ya no era capaz de concentrarme en lo que me decía. No pensé ni que fuera capaz de levantarme de la silla.
Entonces fue como si mi mente decidiera tomar el control y encerrar aquellas palabras en algún lugar muy profundo e inaccesible para que yo pudiera coger a mi hija y salir de allí.
Le repetí a su padre lo que el especialista me había dicho y nunca más volví a pronunciar aquellas palabras.

No acudímos más a las revisiones del otorrino. No con la intención de dejar de llevar un control,  eso hubiera sido una irresponsabilidad por nuestra parte, pero aquella manera de proceder me parecía una pérdida de tiempo y yo no tenía tiempo que perder, necesitaba saber que le estaba ocurriendo a mi hija.

Meses más tarde, de manera privada y gracias al consejo de un buen doctor, le realizamos a Dani una prueba de Potenciales Evocados Auditivos. Esta prueba mide la respuesta neuroeléctrica del sistema auditivo ante el estímulo sonoro. Esto permite diagnosticar diversas patologías o disfunciones del aparato auditivo y las vías nerviosas en niños y adultos que no quieren o no pueden participar en una prueba subjetiva como la audiometría, ya que no es necesaria la colaboración del paciente.
Los resultados decían que todo estaba bien. Entonces, por qué mi niña no respondía?



1 comentario:

  1. Silvia que difícil se me hace leer cada palabra.. Tu historia ayudará a más niños así..

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